lunes, 28 de noviembre de 2011

La caja de cristal: 2

-Entonces, nos vemos mañana.- Se despidió Arisa de Will, quien seguía su camino hasta el siguiente edificio.
-Sí.
Observó cómo se colocaba bien la mochila, y se dispuso a entrar cuando los ladridos de Sora la animaron a quedarse unos minutos en el jardín jugando con la perra, que reclamaba su atención alegremente.
Cuándo entró en casa, quiso ir a intentar otra vez que su abuela le dijese algo, pero ésta no estaba en su sitio habitual, en la mecedora. Tampoco la encontró en la cocina, así que decidió subir a dejar la mochila y luego ya la buscaría. Sabía que a veces su siesta duraba más de lo debido, así que asomó la cabeza por la puerta de su habitación. Pero no estaba. De hecho, ahí no había nada de su abuela.
Extrañada, bajó a bajo donde le preguntó a su padre dónde estaba la abuela.
-Verás, de eso debería hablarte.
Se sentó en una silla, expectante. De repente, se le había quitado el hambre y no sabía porqué.
-Tu ya sabes que en estas últimas semanas me estoy viendo con una mujer llamada Anabel, y que desde entonces soy feliz. Hemos decidido casarnos, Arisa.
Manuel no lo dijo fríamente, pero para Arisa, percibirlo de ese modo le parecía normal. Para ella, de todos modos, era inaguantable. Sabía que su padre era feliz con esa extraña mujer, a la que tan siquiera había visto un par de veces, y eso lo aceptaba. Lo que no aceptaba de ningún modo, era que quisiera substituir a mamá cómo su esposa, aunque ya estuvieran divorciados.
-¿Y la abuela?
-No lo ha aceptado. Ya sabes cómo estaba des de que me separé de tu madre.
-Por eso se ha ido...
-No me gusta admitirlo, pero me parece algo anticuado por su parte.
-Es decir...- Empezó Arisa.- Es decir, ¡que te has olvidado de mamá!
Manuel, perplejo, buscó palabras para contestar a su hija, pero no le salieron, y tuvo que dejar que la muchacha se marchara enfadada hacia su habitación.

Arisa cerró la habitación de un portazo a propósito.
Su padre, simplemente, se había olvidado completamente de su
antigua vida. Ari estaba realmente frustrada.
¿Cómo había ocurrido eso?
Ah, claro, la amiga de papá..., se dijo.
Se sentó en la silla de su escritorio, apoyando la cabeza encima de los brazos, que estaban cruzados, y la ladeó en dirección a la ventana, que en esos momentos estaba abierta y alumbraba la libreta que le prestó Will para hacer los deberes de física.
Hacía un tiempo que le estaba pidiendo los deberes, y se dijo a si misma que eso se iba a terminar.
Cogió la mochila y se puso a hacer los deberes, hasta que el timbre de la puerta la interrumpió de sus pensamientos.
Pegó las orejas a la puerta cómo lo haría un loco y agudizó el oído para escuchar aquello que no le gustaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario