sábado, 10 de septiembre de 2011

Lo que aguarda en la sombra

JUEVES
Era un buen día, se dijo, y debía comprobarlo lanzándole la pelota a Hugo, su perro, que disfrutaba tumbado al Sol.
Definitivamente, la primavera estaba llegando a sus vidas, y muy pronto volverían a verse, sea en ésta u otra ciudad.
Se sentía tan bien, y se alegraba tanto de cómo habían ido las cosas esas ultimas semanas, que no le preocupaba en absoluto el hecho de que se hubiera ensuciado la camisa con el barro de las patas de Hugo.
Se levantó y fue a cambiarse la camisa mientras el perro ladraba por su ausencia en el jardín.
La casa estaba limpia, y todo estaba en su sitio, así que esa mañana podría dedicarla exclusivamente al cuidado del jardín, el cual empezaba a llenarse de malas hierbas.
Al pasar por el pasillo del segundo piso, le dedicó una sonrisa nostálgica a la fotografía de Susan.
Había pasado tanto tiempo de todo aquello, que ya no recordaba cuán implicada estuvo ella en todo el asunto. ¿Llegaron a detener al culpable?
Por más que pensara, no conseguía recordar nada.
Abrió el armario decididamente, cogió la primera camisa que encontró y se quitó la que llevaba puesta, poniéndola inmediatamente en el cubo de la roba sucia.
Fue entonces cuándo se dió cuenta de un pequeño detalle: Hugo no ladraba.
Se había pasado todo el rato ladrando des de que se fue del jardín, pero ahora había dejado de hacerlo. No le dió importancia, y se fue a la cocina a por un vaso de leche bien fresca.
Tenía la intención de tomarlo en el jardín, aprovechando el buen tiempo que hacia, pero nada más poner un pie en éste, advirtió que Hugo no estaba allí.
-¡Hugo!- Le llamó.- ¡Hugo, ven!
Nadie contestó a su llamada y empezó a asustarse de verdad. Se calzó unos zapatos y empezó a buscar por el barrio, aunque era verdaderamente extraño que hubiera saltado la valla del jardín él solo. Aún con ayuda, era imposible que una persona normal lo saltara. Entonces... ¿cómo iba a hacerlo un perro?
Pero la ausencia de Hugo en el jardín, indicaba que había salido de éste, pues resultaba difícil creer que hubiera entrado en la casa con la puerta cerrada...
Desesperada, recorrió una a una las calles, gritando el nombre de su perro, pero nunca obtenía respuesta.
Pensó en llamar a la policía, pero se contuvo en pensar en lo ridículo que le parecería esto a un policía. No se trataba de una persona, pero...
-¿Policía? Estoy asustada...- empezó diciéndole al auricular del teléfono.- Mi perro ha desaparecido de mi jardín, y estoy segura de que se lo han llevado...
-¿Está completamente segura de que ha desparecido? Quiero decir... ¿No estará en la caseta de las herramientas o algo por el estilo?
-Eso es imposible. Mi jardín únicamente es una pequeña parcela de hierba cuadrada, con una mesa de plástico y dos sillas.
-Está bien, tratándose de un perro... ¿No podría haber entrado en la casa sin que usted se diera cuenta?
-Qué no, qué no... que la puerta la he cerrado dejándolo fuera...
-Está bien.- Bufó el policía.- Ahora voy para allá.
Se sintió más tranquila en saber que un policía iba a hacer lo posible para encontrar a Hugo.
El policía se presentó en su casa a los quince minutos, y empezó por ver el jardín.
-Pues... tenía usted razón. Des de un punto de vista lógico, es imposible que un perro salga de aquí él solo. ¿Cómo es?
-¿Hugo? Pues es un perro blanco, con anchas marrones, y no mide más de un metro.
En ese momento sonó el timbre de la puerta principal, e un ladrido casi ahogado se pudo distinguir entre el sonido de un cascabel.
Tanto ella como el policía se dirigieron hacia la puerta con un ritmo ligero y ansioso, y cuándo la abrieron, encontraron a Hugo con un cascabel atado a la oreja, y un collar con una inscripción.
-Dios mio...- Dijo el policía.- Esta semana ya van tres.
Rosa se giró, asustada, y le preguntó al policía a qué se refería mientras le quitaba el collar y el cascabel a su perro.
-En una calle distinta a esta, a dos manzanas de aquí aproximadamente, desaparecieron dos perros. Cuando la policía hizo acto de presencia en las casas de los denunciantes, el perro apareció en la puerta con un cascabel y un collar con una inscripción. Por cierto, ¿qué pone en este?
-El sonido de un cascabel indica mi llegada.
El policía soltó un bufido.
-Lo mismo. Exactamente lo mismo que en las dos anteriores ocasiones.
-Disculpe pero, ¿tengo motivos para estar asustada?
-La verdad... no sabemos qué pensar. Pero el hecho de que nos indique que vendrá es algo desconcertante. ¿Le importaría venir conmigo a comisaría?
-No. Cojo las llaves y vengo con usted.

SÁBADO
Era sábado, habían pasado dos días desde que ocurrió ese incidente con Hugo y estaba muy asustada. Creía oír cascabeles por todos lados y tenía la sensación de que se iba a volver loca. La policía le había puesto sobre aviso, y estaban patrullando la zona, pero no se sentía en absoluto segura.
Andrés volvía hoy de su viaje a Estocolmo y Lucía venía con él. Su Lucía... ¡cuánto había crecido! A veces se preguntaba si el tiempo pasaba igual de rápido para ella que para los demás.
En ese momento fue cuándo el teléfono sonó rompiendo el silencio de la casa.
Hugo, que no se había separado de ella en toda la noche, pegó un salto del susto que le dió el ruido del teléfono, y Rosa tuvo que calmarlo antes de descolgar.
-¿Diga?
-¿Rosa?
-Si, soy yo. ¿Quién llama?
-Somos de la policía.
-¿Y qué quieren?
-Venga a comisaría lo antes posible, no se demore.
-¿Qué ha pasado?
Pero ya nadie estaba escuchándola al otro lado de la línea telefónica, pues habían colgado. Rosa pegó un suspiro también antes de colgar, asustada, tras esa llamada desconcertante.
Aún así, tardó unos veinte minutos en llegar a comisaria. Había dudado de si era conveniente traer a Hugo o no después del secuestro que este había recibido hacía dos días, pero optó por dejarlo en casa, con la puerta cerrada.
Cuándo llegó a la comisaria se dió cuenta de que había un hombre sin uniforme, y supuso que se trataba de una de las víctimas a las que robaron el perro. Pero faltaba la otra...
Al parecer, la otra víctima era Sonia Carrascos, y había aparecido muerta esa mañana en la cocina de su casa. No quisieron contarles los detalles, pero les contaron que a partir de ese momento se iba a incrementar la vigilancia mientras no se encuentre al culpable.

DOMINGO
La vigilancia no fue suficiente y esa misma mañana apareció muerto la otra víctima, el hombre que estaba con Rosa en la comisaria hacía apenas un día.
Ese hecho causó una gran conmoción en los medios, y no se hablaba de otra cosa en las noticias. Algunos especulaban y, aunque nadie sabia lo de las inscripciones en los collares de los perros desaparecidos, los periódicos daban a entender que podría tratarse de un asesino que tenía muy claro a quién mataba, debido a que las dos víctimas habían aparecido muertas en la cocina.
Rosa estaba aterrorizada, aunque había ido a pasar unos días a la casa de verano en Salou con Andrés y Lucía para sentirse mejor.
Pensaba que lo mejor sería desconectar de todo y alejarse de un lugar donde pudieran localizarla con tanta facilidad. Y su familia pensó en Salou. Y a Salou se iban.
Andrés le había dicho que no se preocupase, que cualquier hecho anómalo que ocurriera avisaría a la policía cuánto antes.
Estaba aterrada, aunque lo escondía.

LUNES
Lucía acababa de levantarse de un largo y cansado sueño a causa de un ruido muy extraño al otro lado de la puerta. No le dió importancia y decidió levantarse y comer algo antes de irse a la playa a pasar el día.
Abrió la puerta con suavidad, y con el presentimiento de que algo no iba bien.
Hugo estaba en el pasillo, tumbado, y parecía estar durmiendo plácidamente. La puerta de la habitación de sus padres estaba abierta y no cabía duda de que no estaban en la cama.
Bajó las escaleras con sigilo, mientras escuchaba lo que estaban diciendo sus padres.
-No cabe duda de que sabe que estamos aquí.- Empezó a decir Andrés.
-Sí, lo sé. Estoy aterrada.
-He llamado a la policía, están de camino. Mientras tanto, tómate un café.
Lucía vió cómo Rosa cogía la taza de café y bebía un largo sorbo.
No sabía si seria conveniente bajar con sus padres o quedarse en la cama, pero antes que pudiera decidirse, un golpe en su cabeza terminó con sus dudas.
Perdió el equilibrio y cayó por las escaleras causando un gran escándalo, que asustó a sus padres.
-¡Lucía!- Gritaron a coro.
Fueron corriendo hacia ella, pero un golpe en la cabeza de Andrés frenó en seco tanto a él cómo a ella que, muerta de miedo, empezó a gritar.
Le taparon la boca y la llevaron a la cocina, dónde a penas tuvo tiempo de distinguir quién había atacado a su familia.
Distinguió enseguida la cara del policía que la había atendido el jueves pasado, y a otro hombre que no conocía.
-¿Por qué?- Murmuró entre lágrimas.
-Silencio, tranquila.
-¿¡Por qué?! ¡Suélteme!- Gritaba Rosa.
-Somos de la policía, estamos aquí para ayudarla.
-Mi familia... ¡mi familia!
Justo entonces una patrulla entró en la casa, esposando a Lucía y a Andrés.
Rosa, atónita, no tuvo tiempo de pensar antes de que la policía le contara que una de las víctimas (no contó cuál) había sobrevivido el tiempo suficiente como para dejar escrito el nombre de su asesino.
Al parecer, Lucía y Andrés habían desarrollado una mentalidad oscura en su estancia en Estocolmo y, al llegar, ocurrió el asunto del perro y los asesinatos. Una vez se despertaron no quisieron contar por qué lo hacían, pero no hacía falta.
Rosa sabía el por qué.
Des de un principio solo querían matarla a ella, el resto era para despistar.
Lo había deducido en cuando vió la portada de los periódicos de esa mañana, en dónde no indicaban que hubiera aparecido otro perro en la puerta de una casa, y le pareció sospechoso que ella fuera la última, en el mismo orden que en el de las desapariciones de los perros.
Así pues, se dijo, las cosas no iban tan bien como ella se pensaba que iban.

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